By Dr. Martin Aróstegui
With the assistance of ChatGPT

In the rugged, wind-swept expanse of southern Chile’s Patagonia lies Torres del Paine National Park—a landscape of towering granite peaks, turquoise lakes, and vast pampas. But beyond its dramatic beauty, this region tells a compelling story of wildlife conservation, centered around one of its most elusive and iconic predators: the puma (Puma concolor), also known as the mountain lion or cougar. Once heavily persecuted by ranchers who viewed it as a threat to livestock, the puma is now a symbol of ecological resilience and coexistence thanks to a growing conservation movement that has bridged the divide between wilderness and working lands.

Historically, the estancias (large sheep ranches) that border Torres del Paine were hostile territory for the puma. As sheep herding became the economic backbone of the region in the early 20th century, pumas were routinely hunted and trapped, their presence seen as incompatible with ranching livelihoods. For decades, lethal control methods nearly decimated local populations, pushing pumas into deeper seclusion.

This narrative began to shift in the early 2000s as ecotourism—particularly wildlife photography—emerged as a powerful economic alternative to traditional ranching. Tourists and photographers from around the world were drawn to the prospect of seeing wild pumas against the backdrop of Patagonia’s cinematic landscapes. With this influx of interest came a new realization: a live puma could be worth more economically, alive and photographed, than one hunted and killed.

Conservation organizations, local guides, and some forward-thinking ranchers-initiated efforts to change old attitudes. One of the pioneering initiatives was the collaboration between conservationists and estancia owners to adopt non-lethal practices for livestock management, such as improved herding techniques, use of guardian dogs, and better fencing. These measures reduced predation on sheep while allowing pumas to coexist on the same lands.

As awareness grew, several estancias began to transition fully or partially from livestock operations to conservation-based tourism. In particular, the Cerro Guido Conservation Foundation, in partnership with local landowners, launched a program focused on puma research, education, and ecotourism. Through radio collaring, camera traps, and field observations, scientists have begun to build a clearer picture of puma behavior and ecology, helping to inform better management strategies.

Torres del Paine itself, a protected national park since 1959, has become a stronghold for pumas thanks to stringent anti-poaching laws and a relatively abundant prey base, particularly guanacos. But the true success story lies in the landscape beyond the park’s borders—where the lines between wild and human-managed lands are becoming more porous and collaborative.

Today, visitors can trek alongside seasoned trackers across both the national park and the adjacent estancias, witnessing pumas in the wild and supporting local economies that now benefit from preservation rather than persecution. The shift from conflict to coexistence is not without challenges, but it offers a powerful model for predator conservation in working landscapes. In southern Chile, the wild heart of Patagonia beats stronger now—its rhythm in sync with a growing commitment to live alongside, rather than in opposition to, its most iconic feline.

This year, I had the opportunity to travel to Chile with a group of friends to track and photograph Pumas in their natural environment in the estancias adjacent to Torres del Paine National Park. The following photo essay is a tribute to the conservation efforts to save these wonderful cats.

Los Pumas de la Patagonia Austral una Historia de Conservación

Por Dr. Martin Aróstegui
Con la asistencia de ChatGPT

En la agreste y ventosa Patagonia, al sur de Chile, se encuentra el Parque Nacional Torres del Paine, un paisaje de imponentes picos de granito, lagos turquesa y extensas pampas. Pero más allá de su impresionante belleza, esta región cuenta una fascinante historia de conservación de la vida silvestre, centrada en uno de sus depredadores más esquivos e icónicos: el puma (Puma con color), también conocido como león de montaña o puma. Antaño perseguido intensamente por ganaderos que lo consideraban una amenaza para el ganado, el puma es ahora un símbolo de capacidad de adaptación ecológica y coexistencia gracias a un creciente movimiento conservacionista que ha acortado la brecha entre la naturaleza y las tierras de cultivo.

Históricamente, las estancias (grandes haciendas ovinas) que bordean Torres del Paine eran territorio hostil para el puma. A principios del siglo XX, a medida que el pastoreo de ovejas se convirtió en el pilar económico de la región, los pumas eran cazados y atrapados rutinariamente, pues su presencia se consideraba incompatible con la vida ganadera. Durante décadas, los métodos letales de control casi diezmaron las poblaciones locales, obligando a los pumas a un aislamiento más profundo.

Esta narrativa comenzó a cambiar a principios de la década de 2000, cuando el ecoturismo, en particular la fotografía de vida silvestre, emergió como una poderosa alternativa económica a la ganadería tradicional. Turistas y fotógrafos de todo el mundo se sintieron atraídos por la perspectiva de ver pumas salvajes con los paisajes cinematográficos de la Patagonia como telón de fondo. Con este auge de interés, surgió una nueva comprensión: un puma vivo podía tener mayor valor económico, vivo y fotografiado, que uno cazado y abatido.

Organizaciones de conservación, guías locales y algunos ganaderos con visión de futuro iniciaron esfuerzos para cambiar las viejas actitudes. Una de las iniciativas pioneras fue la colaboración entre conservacionistas y propietarios de estancias para adoptar prácticas no letales para el manejo del ganado, como técnicas mejoradas de pastoreo, el uso de perros guardianes y mejores cercas. Estas medidas redujeron la depredación de ovejas y permitieron que los pumas coexistieran en las mismas tierras.

A medida que aumentaba la conciencia de la gente, varias estancias comenzaron a realizar la transición total o parcial de las operaciones ganaderas al turismo basado en la conservación. En particular, la Fundación para la Conservación de Cerro Guido, en colaboración con propietarios de tierras locales, lanzó un programa centrado en la investigación, la educación y el ecoturismo del puma. Mediante la colocación de radio collares, cámaras trampa y observaciones de campo, los científicos han comenzado a comprender mejor el comportamiento y la ecología del puma, lo que contribuye a la elaboración de mejores estrategias de gestión.

El propio Torres del Paine, parque nacional protegido desde 1959, se ha convertido en un bastión para los pumas gracias a las estrictas leyes contra la caza furtiva y a una base de presas relativamente abundante, en particular los guanacos. Pero el verdadero éxito reside en el paisaje más allá de los límites del parque, donde las fronteras entre las tierras silvestres y las tierras gestionadas por el hombre se están volviendo más accesibles.

Hoy en día, los visitantes pueden recorrer el parque nacional y las estancias adyacentes junto a rastreadores experimentados, observando pumas en libertad y apoyando las economías locales que ahora se benefician de la conservación en lugar de la persecución. La transición del conflicto a la coexistencia no está exenta de desafíos, pero ofrece un modelo sólido para la conservación de depredadores en paisajes productivos. En el sur de Chile, el corazón salvaje de la Patagonia late con más fuerza, a un ritmo sincronizado con el creciente compromiso de convivir con su felino más emblemático, en lugar de oponerse a él.

Este año, tuve la oportunidad de viajar a Chile con un grupo de amigos para rastrear y fotografiar pumas en su hábitat natural, en las estancias adyacentes al Parque Nacional Torres del Paine. Este ensayo fotográfico rinde homenaje a los esfuerzos de conservación para salvar a estos maravillosos felinos.